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Un misterio en Oxford
Un misterio en Oxford
Los turistas preguntan: ¿dónde está la universidad? A una hora de Londres, uno de los centros urbanos más encantadores de Europa. De los 53 primeros ministros británicos, 26 han estudiado en alguno de los 36 ‘colleges’ diseminados por la ciudad. El más antiguo, Merton College, del siglo XIII.
La pregunta no es tan absurda como suena. La tienden a hacer los norteamericanos no porque sean menos listos que los demás, sino porque suelen ser más francos. Por temor a hacer el ridículo, un español o un francés sería capaz de volver a casa sin haber resuelto el misterio que late en el corazón del centro de estudios más antiguo y más famoso de Inglaterra. Utilizar la palabra misterio no es ninguna exageración. Un estudiante de teología lo resolvería aludiendo quizá a otro. Le contestaría al perplejo turista que la universidad es como el Espíritu Santo. Está en todas partes, pero en ninguna. Su presencia domina la ciudad de Oxford, determina su identidad, pero es invisible. Nadie, ni Dios mismo, sabe dónde está.
Un estudiante de matemáticas daría otro tipo de explicación. Comentaría, por ejemplo, que la universidad la componen 36 colegios (colleges) distribuidos por varias partes de la ciudad. Que los primeros colleges se fundaron en el siglo XIII, pero que desde entonces a nadie se le ha ocurrido construir un edificio.
En el mundo material, lo que ocurre es que los estudiantes viven, estudian y comen en sus respectivos colleges, entidades físicas construida cada una, salvo las más modernas, como un pequeño castillo, con su capilla, su biblioteca, su gran comedor y sus habitaciones con ventanas que dan a un patio cuadrangular.
La universidad es, en cambio, una abstracción. Una abstracción que sólo se hace realidad cuando el estudiante se gradúa y ve que el pedazo de papel que le dan de premio tiene como título no el nombre del college donde vivió y estudió, sino el de la universidad. He aquí la solución al misterio. El motivo por el cual la universidad existe, a pesar de que no se puede ni ver ni tocar, es que todos los colleges siguen el mismo currículo en cada materia, y todos los estudiantes de, por ejemplo, filosofía tienen que hacer al final los mismos exámenes en los mismos días a las mismas horas en el mismo lugar, corregidos bajo los mismos criterios por los mismos examinadores.
Oxford es una pequeña gran ciudad. Pequeña en el sentido de que es compacta, de fácil recorrido en un día; grande como todas las grandes ciudades del mundo, es decir, que uno puede pasear en ella horas y horas sin darse cuenta de que ha avanzado el reloj. Oxford –con sus murallas, sus torres, sus iglesias, sus claustros, sus jardines, sus parques, sus ríos…– es, sin duda, una de las ciudades más encantadoras de Europa. Con el atractivo añadido de que está a sólo una hora de Londres en tren.
La zona donde está la estación no es exactamente una maravilla. Lo mejor, para ganar tiempo, es llegar temprano por la mañana a Oxford e ir inmediatamente en taxi o en autobús al punto más céntrico de la ciudad. Y el más alto. La iglesia de Saint Mary the Virgin. No porque la iglesia sea gran cosa, sino porque desde arriba, tras subir unos 120 escalones, se puede admirar toda la ciudad, un espléndido panorama de torres, torres y más torres; un ejército que apunta sus lanzas al cielo.
Directamente debajo de la iglesia está Radcliffe Square, una plaza que ocupa –como nunca se olvidan de señalar las guías turísticas, pero por eso no deja de ser verdad– uno de los conjuntos arquitectónicos más elegantes de Europa. Al bajar a la plaza, aunque está en una zona estrictamente pea tonal, se debe tener un poco de cuidado. Oxford es la universidad británica con el más alto índice de suicidios, y resulta que, con poca originalidad, uno de los métodos preferidos de autoaniquilamiento que tienen los estudiantes consiste en lanzarse desde la azotea de la iglesia de Saint Mary y caer justo enfrente de la Radcliffe Camera, una biblioteca circular, abovedada, construida en el siglo XVIII y unida al resto del cavernoso sistema bibliotecario de la universidad por un pasillo subterráneo.
A la Radcliffe Camera no se puede entrar, salvo que uno sea miembro de la universidad o que se cuele. Al lado está el majestuoso y superexclusivo college de All Souls, con sus imponentes torres gemelas, que sólo admite a cate dráticos con altísimas distinciones académicas. Cruzando la plaza se llega a la Biblioteca del Duque Humphrey, donde se pueden realizar giras, y que vale la pena por sus techos, magníficamente labrados, y por el ambiente de venerable aplicación estudiantil que emanan los poros de sus paredes. Saliendo de la biblioteca sorprende el Puente de los Suspiros, que une, a través de una calle, dos sectores del edificio de Hertford College, y también llama la atención el curioso semicírculo del teatro Sheldonian, construido por el más famoso arquitecto inglés de todos los tiempos, el que hizo la catedral de Saint Paul en Londres, sir Cristopher Wren. Tiene una pequeña cúpula encima que ofrece la oportunidad, una vez más, de apreciar la artillería de torres que ha inspirado a tantos poetas ("la ciudad de las torrecillas de ensueño", escribió uno) a través de los siglos.
Lo cual puede resultar un poco agotador (no los poetas, sino las escaleras) y crear la necesidad de sentarse a tomar un tentempié. Brown’s Café, en el mercado cubierto (Covered Market), no pretende ser el non plus ultra de la gastronomía oxoniense, que tampoco es gran cosa en el óptimo de los casos. Lo que ofrece es un ambiente de poquísimo encanto (autoservicio, suelo de linóleo, manteles de plástico color amarillo chillón), pero auténtico, donde los estudiantes de verdad van a desayunar un sándwich tostado de beicon y huevo con café o (indudablemente la mejor opción para el viajero español) té.
El mercado en sí se merece una vuelta, aunque sólo sea para ver que Oxford es más que un museo, que aquí también vive gente normal que no tiene absolutamente nada que ver con la vida de la universidad. Las carnicerías son interesantes, y no sólo por el macabro espectáculo que ofrecen los cadáveres de ciervos que cuelgan desde los techos. En Inglaterra ya mataron a todas sus vacas locas –y, por si acaso, a cientos de miles que no lo estaban– hace un par de años. Es el único lugar de Europa donde uno se puede comer un filete de res con toda tranquilidad. O una salchicha.
Una tienda en el mercado se dedica exclusivamente a la venta de salchichas. ¡Y qué salchichas! ¡Qué creatividad! Las hay de cerdo, tomate y mostaza; de venado, vino tinto y enebro, y vegetarianas de, entre otras cosas, pimientos, zanahorias, lentejas y naranjas. Y al lado de la tienda de salchichas, una tienda que vende aquella otra gran contribución culinaria al mundo que nos han dado las islas británicas: el pie, que se pronuncia pay y que no tiene nada que ver con las extremidades de las piernas, sino que es como una mezcla entre un pastel y una empanada, y que puede llegar a contener de materia prima, como en el caso de esta magnífica tienda de Oxford, una combinación de filete y cerveza, o pollo y puerros, o (la clásica) filete y riñón.
Clinton y Le Carré
Acabado el desayuno se comienza el recorrido en serio. Básicamente, lo que hay que hacer en Oxford es visitar los colleges. Y como hay tantos, saber cuáles escoger. Lincoln, pegado al mercado y a escasos metros de Radcliffe Square, es uno de los más pequeños, más sim páticos y más antiguos. Aquí estudiaron John Wesley, el fundador de la iglesia metodista (entre cuyos más conocidos fieles se encuentra el pecador Bill Clinton, también ex alumno de Oxford), y John le Carré, el escritor de novelas de espías.
El college más grande, Christ Church, tiene no una capilla dentro, sino su propia catedral. Aquí estudiaron 14 de los 53 primeros ministros que ha tenido Gran Bretaña desde que se inventaron los primeros ministros en 1721. De los 53, Oxford ha producido en total 26, entre ellos Tony Blair y Margaret Thatcher. El college al que fue la Dama de Hierro no vale la pena. Somerville, construido en las últimas décadas del siglo XIX tras tomarse la decisión de admitir mujeres en Oxford, no tiene interés estético alguno. En cambio, St. John’s, el college de Blair, es uno de los seis donde una visita es obligatoria. Los otros (aparte de Christ Church y All Souls) serían New College (que no tiene nada de nuevo, al ser fundado en 1379), Merton College (el más antiguo, fundado en 1264) y Magdalen College, donde estudiaron (o algo) Oscar Wilde y el actor Dudley Moore, con su famosa torre que actúa de centinela a la entrada de la antigua ciudad, y que, si se tuviese que elegir un solo college para ir a visitar, sería éste.
Magdalen (pronunciado, por una de esas perversiones fonéticas que abundan en inglés, modlen) cuenta, como New College, con un magnífico y oscuro claustro alrededor de un jardín cuyo césped es tan verde, tan impecable, que sólo es comparable con la pista central de Wimbledon en el día antes de que comienze el campeonato anual de tenis. Lo mágico de su capilla es que a todas horas del día hay un coro o un organista de categoría mundial ensayando alguna pieza clásica. Y encima, como si todo esto no ofreciese la serenidad necesaria para la meditación y el estudio, Magdalen tiene, al borde de un río y justo detrás del claustro, su propio parque de ciervos.
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