El arte del regateo
La Real Academia afirma que regatear es un debate entre el comprador y el vendedor para acordar el precio de una cosa puesta en venta. Así de fácil. La experiencia, sin embargo, demuestra que es más ajustada a la realidad la definición de Elías Canetti, después de sus correrías por los zocos árabes, que ve el regateo como un rompecabezas chino. De hecho, nadie conoce de antemano el precio del objeto sometido a debate, tampoco el vendedor. Como también explica Canetti, hay numerosos y diferentes precios que dependen de infinitas variables. Por ejemplo, el modo de vestir del comprador, su nacionalidad e incluso la hora o el día de la semana.
El turista que llega a un zoco en Marruecos, Túnez, El Cairo o Estambul suele moverse obsesionado por la búsqueda de gangas y por el pensamiento de que todo el mundo le quiere timar. Y no es que los timos falten, pero el regateo es otra cosa. Es un ritual que forma parte de la cultura y de los usos y costumbres comerciales de los pueblos islámicos. En zocos y medinas no hay precios fijos, eso es todo. No se trata, por tanto, de encubrir estafas, sino de un modo de vender y comprar, a menudo agotador, pero que tiene sus reglas y sus tempos. El turista debe partir de algo que no es precisamente exclusivo de estos pagos: los comerciantes aspiran a obtener beneficios de su actividad. Nada más legítimo. Pero que ese beneficio sea mayor o menor depende en gran parte de la habilidad, paciencia y buen hacer del comprador. Dos consejos básicos: no mostrar excesivo entusiasmo por aquello que se desea y desechar toda actitud de superioridad. Esto último, desgraciadamente, es demasiado común. Los dólares son con frecuencia un estúpido trampolín para la soberbia.
No todo el mundo está dotado para el regateo. Pero quienes entran en él sin prejuicios y con conocimiento de las reglas del juego habrán conseguido algo más que mejores precios.
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